No detienen el paso ni un momento,
ni prestan atención a su poesía,
mas, él saca a pasear sus melodías,
como estatua a dignidad y talento.
En la esquina, etérea como el viento,
de su violín se eleva la armonía.
Nadie le arroja un níquel, cual valía,
mas, a su arco se rinde el firmamento.
Hasta que una empresaria, tal vez loca,
sus cuerdas tornó en lira, la de Orfeo.
Y el violín convirtió en vivo trofeo
que en la esquina se ve como de roca.
La gente corre a su trabajo. Él toca.
(Rubén Sada. 6/7/2014. Soneto dedicado a todos los músicos callejeros de Madrid.)
Fotos de Patrizia Acebes tomadas en la calle Principe de Vigo